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1. En un bol grande mezclar la manteca y los dos azúcares hasta lograr una mezcla liviana y espumosa. Agregar el huevo y batir con una cucharadita de vainilla hasta que se aclare.
2. Espolvorear harina, sal y bicarbonato de sodio. Agregar a la mezcla anterior. Con una batidora a baja velocidad mezclar alternando con 4 cucharadas de almíbar de café hasta lograr una mezcla homogénea. Agregar las nueces.
3. Verter cucharadas de la mezcla en bandejas de hornear engrasadas, separadas 2 pulgadas unas de otras. Hornearlas en un horno precalentado a 375 ºF durante 10-12 minutos hasta que estas adquieran un tono marrón claro. Enfriar en estantes metálicos.
4. En un bol pequeño, combinar el azúcar impalpable con una cucharadita de vainilla, dos cucharaditas de almíbar de café y la leche hasta lograr una consistencia de cobertura espesa. Untar la cobertura sobre los bizcochos enfriados.
Receta extraída de ARECETAS.COMEn alguna ocasión ya os he contado que todas las mañanas, antes de entrar a trabajar, suelo tomar café en una cafetería que hay justo al lado de la oficina. Creo haberos dicho también que la costumbre de tomarlo allí no obedece, precisamente, a la calidad del café, que parece que, en vez de Alejandro, lo hace José Coronado echándole todos los bifidus activos y las L. cassei inmunitas que pilla.
Pero resulta que hay veces en las que el café es todavía muchísimo peor, y no precisamente por culpa de Alejandro, de Juan Valdés ni de las vacas del valle de los Pedroches. Veces en las que el sorbo se te queda en la boca y no eres capaz de tragarlo y lo único que harías a gusto sería espurrearlo sobre una corbata de seda y una camisa tan impoluta que de ser lienzo sería ofensiva, tan ofensiva casi como la boca inmunda que acaba de hacer gala de un clasismo disfrazado de xenofobia, tan ofensiva como la mezquina mente que concibe esas ideas y que no se compunge precisamente al expresarlas, seguros de que sentarán cátedra, gustosos de oírse a sí mismos y pendientes del efecto que causan sus palabras en lo que ellos piensan público devoto.
Oigo el estimulante gorgoteo del líquido bullendo en la cafetera, subiendo desde el depósito inferior hasta casi rebosar. La retiro del fuego y aspiro ese aroma vivificante y único que despierta mis sentidos aún algo embotados por el sueño de una noche que casi ahora vio su fin. Cae el líquido oscuro y caliente en el pote como del caño de una fuente de manantial vitalizador y saludable. Le añado leche y el color va aclarándose mientras remuevo el café con la cucharilla, hasta adquirir un tono ligeramente más suave. Ya está listo para saborearlo. Nada de azúcar, un buen café manchado y casi amargo, para empezar a vivir otro día. Mientras tomo el café, sin prisas, veo a través de la ventana cómo el sol va elevándose despacio allá, en la línea de un horizonte casi oculto por árboles y casas de fachadas blancas. Está naciendo la mañana y yo renazco a este nuevo día gracias al sabor fuerte y tonificador de la infusión. Aspiro su aroma delicioso, todos mis sentidos se recrean en cada sorbo. Prolongo este primer momento del día, bebo despacio, deleitándome con el sabor y el olor de este manjar líquido y exquisito. El silencio envuelve este rito solitario y placentero. ¡Qué calma! ¿Cuánto durará? Lo que dure el silencio, lo que dure el placer de este primer y solitario café de la mañana.
2. Espolvorear harina, polvo de hornear, sal canela, nuez moscada, clavos de olor. Reservar.
3. En un bol grande, batir los huevos durante aproximadamente 2 minutos a gran velocidad hasta que se espesen. Lentamente agregar azúcar y batir durante 4-5 minutos hasta que la mezcla se torne bien clara.
4. Con una batidora, a baja velocidad, combinar con la leche con sabor de café hasta que apenas se mezcle. Batir la vainilla. Con una batidora a baja velocidad o a mano, revolver la mezcla de harina hasta que se mezcle apenas. No batir o mezclar demasiado.
5. Cuidadosamente mezclar la mantequilla derretida.
6. Verter en dos moldes para torta redondos, de 8 pulgadas, previamente engrasados y enharinados. Hornear en horno precalentado a 350ºF durante 20-25 minutos hasta que el tester insertado en el centro de la torta salga limpio. Dejar enfriar por 10 minutos, luego transferir al estante para enfriar completamente.
SIC ![]() |
Esta pequeña joya publicitaria tiene la solera del tiempo, la pátina de la nostalgia. La encontré en Ecos y Murmullos
Su especialidad es el espresso, un café fuerte que, si lo tomas con leche su crema se queda en tus labios y su sabor en tu paladar.
Nunca te sientes solo alló, porque Conchi, su propietaria, siempre tiene una sonrisa para sus clientes y conversación.
NOTA:
Texto de Milindris;
Imagen de Raquel.
Este año, el café rwandés se incluye en Starbucks. En la creación de una marca de café de calidad premium, a partir de un producto de consumo masivo y bajo rendimiento, participaron organismos de ayuda y empresas privadas.
Para saber cómo se transformó el café rwandés ordinario en una elección de gourmet, nos dirigimos a Schluter S.A. empresa de “cafetaleros africanos” que está en el negocio desde 1858. Philip Schluter, que forma parte de la sexta generación al frente de la empresa familiar con sede en Suiza, explicó el proceso a Forum de Comercio.
Tradicionalmente, el café rwandés se cultiva en pequeñas chacras. Hasta hace poco, los minifundistas escogían los frutos maduros (los granos de café en bruto) y usaban un molinillo manual para pelarlos o, en el peor de los casos, piedras. Después secaban la pulpa, que fermentaba en un pequeño recipiente con agua y se secaba al sol. Un minifundista lo dejaba fermentar 18 horas y otro 48, unos usaban agua sucia y otros limpia, según dónde estuvieran, por lo cual, la calidad del café variaba mucho. Lo enviaban en cantidades muy pequeñas de “pergamino” (granos todavía recubiertos por una capa denominada pergamino) a una estación central de compra, donde se distribuía en lotes comercializados, se descascarillaba en la fábrica y se exportaba.
El café obtenido, debido a las diferencias en la calidad del agua, el tiempo de fermentación, etc., era de calidad industrial. Se exportaba, fundamentalmente a grandes tostadores industriales, como Rwanda Ordinario y Rwanda Standard, lo que probablemente no sea un buen ejemplo de denominación. Esta era la situación de todo el café rwandés hasta 2000.
(El resto en ....Forum de Comercio Internacional)
Receta e imagen en Café de Colombia
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Realizada por: Antonio Bóveda León Mar Gaisse Herrero Montse Gómez García
III.- Los Cafés en la Generación del ‘98 IV.- Los Cafés en la Generación del ‘14 V.- Los Cafés en la Generación del ’27; La República de las Letras VI.- Revistas que nacen de la riqueza tertuliana |
En la Península Arábiga aparecieron los primeros lugares públicos que servían café, bebida con un origen legendario conocida como néctar o vino de los árabes. A comienzos del siglo XVII, Venecia introdujo los cafés en Europa que se extendieron por Italia, Austria y Francia.
En España la introducción del café considerándolo tanto como consumición como por establecimiento, estuvo unido a la mentalidad ilustrada del siglo XVIII. Junto a los Salones y los Clubes, los Cafés fueron medios de difusión de ideas ilustradas y científicas y lugares de sociabilidad que respondían a las nuevas costumbres y demandas de las altas clases sociales españolas.
El antecedente de los cafés españoles parece estar en los mentideros, remontándonos para ello al siglo XVII, pero el antecedente más claro es la botillería. A diferencia de ésta, el Café tuvo a comienzos del siglo XIX un carácter más permanente y no transitorio. A. Bonet los define como: "centros de reunión y discusión que acaban convirtiéndose en verdaderos Clubes con gran influencia en la opinión pública y en los Gobiernos".
A mediados del siglo XIX se produjeron varios cambios en los Cafés: se reconstruyeron los viejos y se construyeron nuevos Cafés por influencia de París, fueron el marco idóneo para la burguesía y se abrieron a las mujeres. Después en los años noventa del mismo siglo se dejó sentir la influencia del modernismo en las estructuras de los Cafés, predominando ahora la arquitectura de hierro y la uniformidad espacial.
En esta página nos acercamos a la época de mayor esplendor de los Cafés madrileños, fines del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Este esplendor vino dado por la aparición por estos Cafés de las figuras de la llamada Edad de Plata de la literatura española, la Generación de 1898 tal y como la definía el propio Azorín el 19 de Mayo de 1910 en el "ABC" definiéndola generación de 1896 y posteriormente en 1913 como del ‘98, que germinó en el Café de Madrid, sito en la Calle de Alcalá.
Las posteriores generaciones de 1914 con figuras como Ramón Gómez de la Serna o Juan Ramón Jiménez y las de 1927 o del ‘30 según algunos autores con Federico García Lorca, Dámaso Alonso contribuyeron a este resplandor de los Cafés madrileños que en nada tienen que envidiar a los de París, sirviendo de marco de referencia para los Cafés de provincia.
Muy, muy, pero que muy interesante. Para leerlo completo, id a la página fuente, sólo tenéis que pinchar AQUÍ