En alguna ocasión ya os he contado que todas las mañanas, antes de entrar a trabajar, suelo tomar café en una cafetería que hay justo al lado de la oficina. Creo haberos dicho también que la costumbre de tomarlo allí no obedece, precisamente, a la calidad del café, que parece que, en vez de Alejandro, lo hace José Coronado echándole todos los bifidus activos y las L. cassei inmunitas que pilla.
Pero resulta que hay veces en las que el café es todavía muchísimo peor, y no precisamente por culpa de Alejandro, de Juan Valdés ni de las vacas del valle de los Pedroches. Veces en las que el sorbo se te queda en la boca y no eres capaz de tragarlo y lo único que harías a gusto sería espurrearlo sobre una corbata de seda y una camisa tan impoluta que de ser lienzo sería ofensiva, tan ofensiva casi como la boca inmunda que acaba de hacer gala de un clasismo disfrazado de xenofobia, tan ofensiva como la mezquina mente que concibe esas ideas y que no se compunge precisamente al expresarlas, seguros de que sentarán cátedra, gustosos de oírse a sí mismos y pendientes del efecto que causan sus palabras en lo que ellos piensan público devoto.
2 comentarios:
Es verdad, hay cosas que se le atragantan a una.
Saludos!!!
Hola, Aloma. No me extraña que a Ana se le atragantara el café... Un saludo.
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